Sarelly Martinez
La revolución imposible (Grupo Azul, 2023), de Julio César López Arévalo (Yajalón, 1964), es una
novela sobre los movimientos revolucionarios en México de los últimos 30 años. En sus páginas
vemos combatir, intrigar y amar a protagonistas de del Ejército Popular Revolucionario, del
Procup, de los Villistas Revolucionarios y de otras organizaciones clandestinas que se han diluido
en el anonimato de la modernidad.
Hay dos personajes que se asoman a La revolución imposible y que debieron romper los
diques de la fantasiosa realidad: el Gordito de Espejuelos y Helena. El Gordito de Espejuelos fue un
comandante sin batallón, a no ser que haya dirigido a jóvenes insurrectos, amantes de la poesía,
de la bohemia y de Sabina.
Ese Gordito desmadroso, risueño y puntilloso merece su propia historia: un relato de sus
noches cómplices y sus días desbocados. Ambivalente, el Gordito de Espejuelos era habitante de
mundos alternativos: el que construía con sus musas, el que armaba con los políticos, el del tapiz
leal que tejía con sus amigos y el mundo de sus crónicas –hechas de vida cruda y alegrías.
El Gordito, a quien tanto quisimos, tenía la palabra precisa y chispeante. “Si como hombre
me metí en esto”, le dice a su madre cuando lo visitó en el Reclusorio Norte, “como hombre me
voy a aguantar” (p. 15). Y se aguantó; pagó el trago de su militancia insurgente y guerrillera con la
Liga 23 de septiembre, hasta salir libre, por ser preso de conciencia, con la amnistía presidencial
de 1978. Conocí al Gordito porque fui, algunas veces, grumete en su velero.
“Ahora entiendo por qué estuviste en la lucha, hermano. Lo que no entiendo y no
entenderé nunca es por qué chingados te dejaste vencer por el cáncer, si eras un guerrero.
Tampoco me entiendo a mí, Gordito de Espejuelos. A mí, obsesionado buscando guerrilleros por
todos lados, fuera del hogar, en las montañas y las ciudades, cuando te tenía a ti, que eres mi
hermano mayor, mi carnal, en casa” (p. 196), se lamenta el autor.
El otro personaje atractivo es Helena, la combatiente insomne, de larga cabellera rojiza y
sonrisa de esperanza.
Helena, la roja Helena, también reclama más generosidad. Un corazón de carbón
encendido como el que palpamos en el libro debería tener mayor protagonismo; debería ser el
hilo que desbrozara y encadenara las historias.
“¿Y Helena?”, se pregunta el autor en el antepenúltimo capítulo. ¿Y Helena?, nos
preguntamos también sus lectores y comprendemos que Helena es un homenaje a las mujeres
que han estado en la penumbra de las luchas revolucionarias y que merecen antorchas para
conocer su rostro y exaltar su memoria.
A Julio le interesa más contar las intrigas, los enfrentamientos, los procesos de formación y
los mecanismos de sobrevivencia de las organizaciones clandestinas. Lo suyo son los protagonistas
insurgentes que no importa si se llamaban Francisco, Marcos, Antonio, Florentino, Gloria, Inés o
Helena; si eran del EZLN, del EPR, del PDPR o del EVRP; a él le ha gustado coleccionar sus
declaraciones, sus revelaciones, como aquella frase polémica: “el levantamiento del EZLN sirvió
para despertar la esperanza por un país mejor, pero la poesía no puede ser la continuidad de la
política por otros medios” (p. 57).
En el libro hay confesiones, anotaciones al margen, claves que quedan ocultas en las
crónicas y reportajes del momento, y que solo al paso de los años, es posible revelarlas, cuando ya
no perjudican a las fuentes.
Julio muestra en este libro sus diversas pasiones. No se entrega totalmente a una historia;
no se abandona, porque quizá no quiere dejar su piel de cronista de los días y testigo
comprometido con la historia. Sus años dedicados al periodismo –a la literatura bajo presión–
marcan su texto, que conserva las oraciones nerviosas, los párrafos breves y las reflexiones del
instante.
Hay muchos libros en La revolución, porque su autor es borbotón de historias, porque
tiene el gusto de contar y pensar y pecar, pero no se atreve a pecar del todo. Guarda su imagen de
periodista profesional que no cuenta sus pasiones, ni sus guerras interiores. Su vocación de
periodista riñe con la de contador de historias que no necesita de documentos para probar nada.
Solo el testimonio de la palabra.
Estos 30 años de historia insurgente, contada por Julio César López Arévalo, pertenecen a
un remoto pasado. La rebeldía juvenil se encarnaba entonces en protestas callejeras que daban
paso a la militancia comprometida; hoy la rebeldía parece ser aprovechada por narcos; además, el
Estado combatía con mayor fiereza a los guerrilleros de antaño que a los narcotraficantes de hoy.
¿Por qué zozobraron esos barcos de guerrilleros, combatientes de la libertad? ¿en qué
mares se perdió Fitzcarraldo? ¿quiénes mueven el timón de la dignidad en estos tiempos de
incertidumbre y naufragio? En La revolución imposible se barajan las respuestas.
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